PRINCESA, MUJER Y REINA

PRINCESA, MUJER Y REINA
Con su mano giró a la llave de la ducha y cuatro segundos después un chorro de agua caliente comenzó a quemar la parte alta de su espalda. En ese instante y no antes, cerró los ojos y se perdió entre los recuerdos que acaban de comenzar a tener vida en su mente.
Siete minutos antes había exhalado con fuerza sobre la delicada y suave piel del cuello de su princesa. Ella lo había acompañado los últimos instantes de agitación cuando con fuerza y rítmica precisión escalaba la elevada pendiente del placer.
Era una criatura mágica. Tenía la capacidad de convertirlo en protagonista de disímiles historias de héroes y heroínas, y llevarlo de viaje a lugares pocas veces imaginados por los corrientes, por los sabidos o por los mas intrépidos y experimentados aventureros.
Entre los brazos de su princesa se sentía especial, único, libre, completo. Por primera vez sentía que no necesitaba nada mas.
-          No te duele? – preguntó con cara de asombro e incredulidad.
-          No. Me gusta sentir que casi me quema y desgarra la piel.
-          Date vuelta y te enjabono la espalda. – sus palabras acariciaron los oídos.
Obedeció sin pensarlo. La espalda la tenía enrojecida pero no dolía, ni molestaba. Sintió y disfrutó como las pequeñas manos de su amada esparcían con suma delicadeza las burbujas de jabón y lo llevaban nuevamente a un viaje del que no quería regresar pronto.
-          Gracias – apretó suavemente los ojos y enmudeció.  Ella tampoco habló.
Pasaron muchos instantes antes de que dejaron el vaporoso baño y se envolvieran nuevamente en las tibias sabanas de la cama que esa noche convirtieron en su nido de amor. Sitio en el que entregaron su pasado y gozaron con el presente. Lugar en el que fueron ellos y nadie mas. Refugio que siempre habían querido descubrir.
Eran dos, eran uno.  
-          Mi princesa, mi señora y mi reina. Estás fundida a mi como alguna vez creo que lo imaginé y como llegué a pensar que era imposible estar. Contigo soy uno. Sin ti solo soy la mitad de algo que deambula sin sentir, sin soñar, sin vibrar.
Y siguió.
-          Eres mujer de inspiración, de motivación, de deseos, de conquistas, de retos, de lujurias, de reflexiones.
Y sentenció. 
-          Si volvieras a nacer y te llamaran Helena, yo sería carpintero y fabricante de guerras.  Si sólo amaras las noches, yo volaría y le arrebataría al sol sus rayos de luz. Si no pudieras vivir en total oscuridad, cazaría estrellas y las amarraría a tus pies.
Las palabras cedieron al cansancio y se quedaron entre los pensamientos, todos agradables y de satisfacción.  Reinó el silencio y un mágico momento nació. Esa noche, en medio de la magia, se aprobaron y durmieron juntos. Fue la primera vez.

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