JUSTICIA CARTAGENERA. PLATO FRÍO EN CLIMA CALIENTE.

JUSTICIA CARTAGENERA. PLATO FRÍO EN CLIMA CALIENTE.




Flores, esmeraldas, café... De todas las cosas bellas que representaban a su país, la más cercana a su corazón era la impresionante diversidad biológica, que la llevó a desear aquella beca para convertirse en "alguien". Así lo decía su madre, cada vez que hablaban de la carrera universitaria que sacaría a la familia de la pobreza. 

Habían pasado ya muchos años y el sueño murió con la promesa incumplida en tantas oficinas corruptas, donde funcionarios que se hacían llamar honorables mancillaban hasta el cansancio y sin discriminar, a todo empleado de rango inferior. Algunos sí recibieron la recompensa a su sacrificio carnal, pero la mayoría descubrió demasiado tarde que negociar su futuro, a cambio de unos minutos, horas o hasta días de vejación, no garantizaba absolutamente nada.

Carito lo comprendió entre la décima y doceava vez que abrió sus piernas, sus nalgas y su boca, mientras apretaba los dientes pensando: "Esta sí será la última vez..." Poco a poco perdió el diminutivo y cuando le preguntaban su nombre, replicaba con dureza: "Carolina, a secas, pero si quieres pasarla bien, mejor no usemos nombres, total no es necesario."

El sexo no era el problema, eso lo tenían claro al mirarse unos a otros y reconocer la derrota compartida. Aún los que estaban más cerca de llegar a la cima, se sabían víctimas pasadas y posibles victimarios, en un mañana no muy  lejano. Así funcionaba el sistema y el pacto tácito era aceptar la situación como parte del trabajo en el glorioso Poder Judicial, la rama del gobierno encargada de velar por el cumplimiento de la Justicia. Una paradoja tan absurda, que resultaba cómica.

Lo verdaderamente doloroso era comprobar que a nadie le importaba cambiar las reglas.

Cartagena, ciudad heroica, puerta de las Américas, capital del Caribe... títulos que sonaban muy bien para fines turísticos, pero para Carito sería siempre la ciudad amurallada por la vergüenza, la de los magistrados impunes, la de los ojos que no se levantan del suelo, para no traicionar sentimientos de impotencia y frustración.

Llegar al edificio ya no le daba náuseas, aceptaba con resignación el espectáculo de las columnas jónicas, dóricas y el estilo colonial, reformado al republicano, que para colmo incluía adaptaciones de famosas estructuras europeas, a las condiciones y el colorido local. En fin, una cacofonía tropical, que sólo podía darse en esa tierra, a la que de todas formas amaba.

Hoy conocería a su nuevo jefe, un abogado llegado de Panamá, con una hoja de vida impecable, que de seguro había escrito su secretaria anterior, sonaba demasiado bueno para ser verdad y venía por un acuerdo binacional muy  importante.

"Veremos cómo nos va", murmuró, recordando que ya no quedaban condones en la oficina, tal vez a la hora del almuerzo podría pasar a la farmacia.

"Buenos días... Yo soy Carolina Páez, no pensé que llegaría usted tan temprano. Bienvenido, ¿le ofrezco un cafecito?"

"Hola Carolina, mucho gusto, ni nombre es Iván De La Cruz, gracias, pero no tomo café. Lo que sí te agradecería es que me regales unos minutos para ayudarme a organizar un poco la oficina."

"Éste no me va a dar tiempo ni de llegar." Pensó. "Claro que sí, permítame un segundo, sólo busco unos documentos que necesita firmar para procesar sus pagos y prestaciones laborales, enseguida regreso." Le dijo con toda la amabilidad de la que fue capaz.

Salió a buscar a Margarita, seguramente ella todavía tenía algún condón que le pudiera prestar. La semana pasada la había visto comprar una cajita.

"Hola Margui, cómo andas?"

"Quiubo, bien y tú... ¿Qué tal el panameño? al menos está bien papito, no como el gordo horroroso que me tocó con ésta nueva administración."

"Ay no sé, ni le miré la cara, ya me dijo que quería meterse conmigo a la oficina, por eso vine. ¿Tienes de aquello?

"Fresca, que a lo mejor no hace falta todavía."

"Sí, como no... pásame un par, por si se rompe el primero, alcancé a verle los pies y las manos y parece que la talla es grande."

"Entonces gózalo, mija. Toma, en bolsita de seda y todo... qué lujo."

"No estoy para bromitas. Déjame apurarme a ver si me puedo ir temprano, quiero estudiar un capítulo sobre el "barranquero".

"Ese es el pajarito con las plumitas azules en la cabeza, ¿verdad?"

"El mismo, te veo... te pago después... gracias."

Bajó las escaleras de prisa, anticipando los lugares dónde se podrían colocar. El escritorio de roble era durísimo, pero ella guardaba unos cojines en el armario, la butaca era ancha y como el nuevo tenía porte atlético, a lo mejor acomodaba las rodillas a los lados sin problemas, si él quería estar sentado.

"Perdón, me demoré porque no encontré a la secretaria que me tenía que entregar sus papeles. Más tarde se los traigo"

"No se preocupe por favor, pase."

Respiró hondo, ese primer momento todavía era difícil. Nunca sabía qué le pedirían.

"¿Podríamos empezar por desocupar el armario? Hay como unos disfraces, almohadones y cosas raras, ya pedí unas cajas, para botar todo eso, que francamente no sé qué hacen en una oficina de gobierno."

Carolina se ruborizó al ver el asco con que el abogado sostenía el uniforme de mucama que ella usaba para cierto Juez, que revivía su fantasía adolescente cada vez que llegaba al despacho.

"Creo que eso quedó de las fiestas novembrinas pasadas, y como no lo recogieron parece que olvidaron que estaba ahí. Venga, yo se lo recibo, vamos colocando todo en las cajas."

En menos de 10 minutos desocuparon la parafernalia: salieron las películas pornográficas, juguetes sexuales y hasta un equipo de revisión ginecológica, favorito de otro de los "honorables" magistrados. Carolina no se atrevía ni a respirar fuerte, estaba tan apenada que no atinaba a decir nada.

No lograba descifrar la intención del joven, tal vez quería traer otras cosas, o no le gustaba la idea de ver lo que otros usaban. Con cierta timidez le preguntó qué más quería hacer.

"Pues revisar los principales casos pendientes. Y si se puede, ir clasificando por orden de prioridades."

"Por supuesto, ya se los coloco acá en el escritorio."

Por primera vez lo miró a la cara y vió a un hombre guapo, de mirada franca, que apenas sonrió con cordialidad y lo más insólito, respeto.

Trabajaron con ahínco, un mes completo. Carolina nunca fue tan feliz, podía organizar su vida, estudiar sin sobresaltos, sin temor, pero como dice el refrán: "Todo lo bueno llega a su fin" El Magistrado Terror como llamaban secretamente a Don Asdrúbal Guerra, los visitaría en pocos días y ella sabía que a ése no se le podía negar.

A él le gustaba hacerlo de día, en el escritorio de su actual jefe y Carolina no sabía cómo evitar la crisis que se avecinaba. No podía explicarle a Don Iván que se tenía que ir por un par de horas, porque además el Magistrado se tomaba su tiempo, en lo que le hacía efecto la Viagra y se excitaba lo suficiente.

Entró con cuidado y se acercó al escritorio, lleno de papeles, como permanecía ahora.

"Hola... me permite un momento"

"Sí, por favor, dígame, que necesita."

"Es que hoy viene Don Asdrúbal Guerra y él siempre usa ésta oficina cuando llega."

"No hay problema, yo lo recibo y lo asisto en lo que necesite."

"Es que a él le gusta quedarse sólo conmigo y..." La voz se le quebró, no tenía fuerzas para seguir.

"¿Qué pasa Carolina? ¿Tiene algún problema? "

"Ay Don Iván es que al Magistrado hay que desocuparle la oficina y usted no se puede quedar acá, ¿no me entiende?"

"No, explíquese mejor."

"Bueno, algún día teníamos que hablar de éste tema, usted no puede seguir en una burbuja por más tiempo, aunque venga recomendado por el mismísimo Presidente de la República, cumpliendo acuerdos con su país. Tarde o temprano se va a enterar de lo que ocurre en éste edificio, o a lo mejor ya lo sabe y como decimos acá, se hace el loco."

"Si se refiere a los rumores de acoso sexual, ya los he escuchado, y he visto algunas actitudes sospechosas, pero no he recibido quejas formales, ¿es eso?"

"Justamente, "eso", que usted resume en una frase, pero que aquí se ha vivido por décadas. Y si quiere escuchar detalles sórdidos, nadie mejor que yo para contarle."

"Carolina, por Dios, me está diciendo que el Magistrado quiere quedarse a solas para abusar de usted y que yo debo mirar hacia el lado, como si nada pasara."

Ella asintió y la reacción del jefe fue tan inesperada como abrupta. Se levantó y mirándola de frente le preguntó si ella o alguien más tenía pruebas de esos encuentros.

"Hace un par de años se tomaron unas fotos, yo las tengo, también al principio hice un registro de las visitas de varios funcionarios, las personas a quienes les pedían favores sexuales y hasta me quedé con recibos de hoteles, cuando querían estar fuera de acá y compré unos cuantos regalos con fondos de la oficina, firmados por ellos."

"Pues váyase ya mismo a conseguir todo eso, yo me encargo de recibir a Don Asdrúbal."

Con el corazón a mil, la secretaria recorrió las calles que la separaban de su casa, en el camino pensaba que éste era el escenario que siempre imaginó, como fin al martirio de tantos años, tantos rostros sufridos. Se detuvo frente a la caja maldita, en la que guardaba las evidencias que ya había descartado como inútiles.

Con reverencia y cuidado la abrió para confirmar que todo seguía allí. Un ataque de llanto le cerraba la garganta, pero se negó a flaquear.

Al llegar de vuelta a la oficina vió el carro oficial, las piernas le temblaban. Todos la miraban de reojo, pero una fuerza interna la impulsaba a avanzar.

La puerta de Don Iván estaba abierta, la espiral de humo indicaba que el Magistrado Guerra estaba fumando adentro. Colocó la caja sobre su escritorio y casi a la vez escuchó la voz de su jefe:

"Carolina, podría venir por favor."

Los pasos la traicionaban, estaba mareada de miedo y anticipación. El camino se le hizo eterno.

"Buenos días, Don Asdrúbal, ¿cómo está?"

"He estado mejor en otros momentos. Me dice su jefe que usted tiene ciertos datos míos que pueden provocar un problema..."

Iván lo interrumpió a media oración:

"Problema no Don Asdrúbal, Un escándalo nacional e internacional. A los profesores de derecho de su hijo en Harvard les encantaría recibir copias de ciertas fotos de ustedes en posiciones, digamos comprometedoras. Y mis amigos periodistas quedarían encantados de ganarse un premio con una investigación de éste nivel."

El Magistrado Terror salió sin responder, su mirada era un aullido de rabia, más alto que cualquier grito.

Esa fue apenas la primera victoria. Siguieron las declaraciones, las pesquisas, los informes periciales y la investigación, apoyada por Organizaciones de Derechos Humanos, de apoyo a la Mujer, a la comunidad LGTB. Se llenaron tomos completos con testimonios y pruebas.

Seis meses más tarde el clima era otro, los empleados se sentían más confiados y los Magistrados tambaleaban en sus puestos, ante la presión popular, que exigía sus cabezas.

El tiempo fue sanado heridas, las causas tomaron su curso y el día de su graduación como ornitóloga, en la Universidad de Cornell en Nueva York, Carolina descubrió que estaba embarazada. Sonrió imaginando la cara de Iván cuando le entregara el título, seguido por las botitas de bebé, que compró apurada esa misma mañana.

La Sociedad Audubon en Panamá ya le había confirmado una jugosa propuesta laboral y su marido tenía listos los boletos de regreso para el próximo mes. Las suegras se habían encargado de acondicionar una casita en El Valle, un pueblo de clima fresco, que seguramente le haría añorar el calor de Cartagena, pero que tenía la temperatura ideal para su nueva vida. 

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