LOS CONDENADOS
El mundo estaba bien. Verde el campo, azul el mar, cristalinos los ríos. La reina dominaba con sabiduría y precisión. Y como una gran colmena, las obreras labraban la tierra y recogían el alimento. Los zánganos mayores fertilizaban los huevos y los poderosos soldados protegían el reino. Todo fun cionaba bien, muy bien. Una noche, en medio de un insípido aguacero, una fresca brisa llegó hasta la posada de los zánganos menores, los que podían pero no tenían derecho a fecundar, los que nunca gozarían. Lo que serían convertidos en soldados de la primera línea para ser sacrificados a nombre de las guerras sin fin. La suave brisa acarició la piel de los condenados y los hizo erizar. A varios se les perdió la mirada en el infinito y dos desconocidas e incomprendidas palabras aparecieron un sus mentes: “sin embargo”. La mañana siguiente despertaron otra vez en el mundo donde todo estaba bien, sin embargo, algo era distinto. Los de mirada perdida pensaron que algo faltaba